lunes, 25 de enero de 2010

De la condición Humana.

Fotgrafía: Rafael Sanz
Me despierto después de dormir toda la noche pero aún me siento cansado. Tengo los hombros quemados y estoy bastante despeinado... me duele todo el cuerpo. Miro el reloj: las 12:12, pienso que al menos algo me gusta de este día muerto. Aún no me he bañado y no tengo ganas de hacerlo, ni siquiera tengo ganas de levantarme. Veo que las uñas de mis manos están algo largas y aprovecho para rascarme mis testículos.

Ayer mientras nadaba, reía y me olvidaba de mi mismo en el agua sucia de una piscina pública, pude ver con asco, como poco a poco una serie de personajes que parecían haber salido de una serie de ficción se iban apoderando del lugar: Primero llego un viejo flaco y pálido, con el rostro lleno de protector solar, los brazos rojos como tomate, los ojos hundidos en el cráneo y la piel descompuesta... caminó alrededor de la piscina como queriendo mostrarle a todo el mundo lo inerte de su desdentada sonrisa y después, aparece un tipo con la espalda llena de pelo (casi como un animal) y sin dudarlo se arroja al agua. Trato de ignorarlo, volteo a otro lado y me encuentro con unas nenas que con solo abrir la boca destrozan la gramática y me dan ganas de quedarme en el fondo del agua para no tener que soportar sus mal construidas tonterías...

Las personas no me desagradan tanto como para llegar a odiar a la humanidad en toda su vulgar extensión. Mi odio alcanza solamente a la debilidad de la condición humana... nos degradamos tan rápido que ni siquiera nos damos cuenta y lo peor es que de una u otra forma soy participe de este circo autodestructivo tan solo por llamarme humano... qué cosa tan jodida.

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